martes, 30 de octubre de 2012

Apicultura, ayer y hoy (2)

Hace casi 100 años, el periódico "El Narcea" relataba algunas costumbres de las abejas y daba ciertos consejos a los apicultores para el mejor cuidado de las colmenas, muchos de los cuales siguen teniendo vigencia todavía. El artículo siguiente pertenece a las ediciones de los días 5 y 12 de junio de 1914, que, a su vez, fueron tomadas del periódico "El Orden", de Cangues d'Onís.

Pero para entender el arte de la apicultura y todo lo que la rodea, nada mejor que volver al presente y conocer este mundo de la mano de auténticos expertos, como son "Outurelos" (Marentes, Ibias) y Quei Vitorino (Trabáu, Degaña), que organizan, entre los meses de junio y septiembre, una ruta a un colmenar en la que se interviene activamente en el proceso de recolección de la miel (aunque ahora sea época para disfrutar de las castañas...).

Cortín en La L.lera Gruesa (Foto: Suso de Josepillo)
No se olvidan las abejas, una vez que se han instalado en su vivienda, de barnizar bien las paredes de la misma, tapando las rendijas y junturas de la madera con una pasta, especie de goma, insoluble en el agua, que se conoce con el nombre de Propóleos.

Esto tiene por objeto evitar las corrientes de aire dentro de la colmena y precaverse contra la humedad que las perjudica mucho. La humedad continuada pone los panales verdosos y desde ese momento ya no valen para criar, porque la madre, o reina, no aova en ellos y acaban por pudrirse. La misma humedad que reciben las abejas, cuando salen a pecorear, si una lluvia repentina sorprende a muchas fuera de la colmena, puede serles en extremo perjudicial, porque antes que se evapore el agua con el calor de la colmena, pueden verse atacadas de la Desinteria y también de una enfermedad llamada Loque, tan terrible que puede dar al traste con todas las colmenas.

En previsión de lo mismo, cuando en el verano amenaza alguna nube y cuando el cielo comienza a ponerse encapotado, vienen a bandadas las abejas a refugiarse en su colmena porque puede más el instinto de conservación que el de laboriosidad de que están dotadas.

El apicultor, valiéndose de las reglas de la higiene que alcanzan a todos los seres orgánicos, debe ayudar a las abejas en este punto, si quiere que prospere su colmenar. Colocará sus cubos a cubierto de las lluvias, o por lo menos procurará que no se mojen en la parte superior. En cuanto al resto de la colmena bastará darle pintura al óleo. Ha de evitarse colocarlas adosadas a las paredes que siempre despiden humedad, sino más bien desprendidas de todo y aisladas para que se aireen bien. La solera, como llaman, o fondo de la colmena, puede ser de piedra, puesta en forma que no se detenga en ella el agua, aunque es preferible sea de madera. La colmena debe estar bien asentada sobre su solera, o tablero para que no se mueva, porque las abejas aborrecen los golpes y movimientos y también pueden ser causa de que se desprendan los panales sobre todo al principio que son muy frágiles y solo están prendidos en la parte superior, sosteniendo además el peso de las abejas, de la cría que es muy pesada y de las provisiones que van recolectando.

No pueden estar las colmenas tan cerca unas de otras como suelen colocarlas nuestros paisanos, pues están sujetas a peligrosas eventualidades. En primer lugar cada una debe estar aislada de las otras para que se pueda operar en ella, cuando sea necesario, sin que se enteren, o por lo menos sin que se estorben las abejas de las demás colmenas. Este es un punto muy importante, aunque no lo parezca a primera vista, porque no pueden llevarse a cabo las distintas operaciones que son necesarias en un colmenar, sin exponerse a serios contratiempos, no estando las colmenas a cierta distancia unas de otras. Se ha observado también que las abejas son muy rutinarias y necesitan no sólo conocer bien su colmena, distinguiéndola de las otras, sino que ésta esté en el mismo sitio donde ellas la conocieron y en la misma postura.

Cortín en el Sestu La Porquera


La primera vez que salen afuera las abejas jóvenes, se ocupan largo rato en volar dando vueltas delante de la colmena, para aprender a volar y al mismo tiempo tomar nota de la forma y color de su colmena; de la entrada, saliendo y entrando varias veces; de sus alrededores, cercanías, etc, orientándose bien para luego no perderse. Por eso al cambiar de sitio una colmena, se pierden muchas abejas que al volver del monte, acuden a su primitivo sitio.

Cuando sale un enjambre, importa mucho también saber qué colmena lo ha producido, porque hay casos en que conviene volverlo a la colmena madre y para esta operación, como para otras muchas es necesario que las colmenas estén a cierta distancia. Según el apicultor Layens, cuando nace una madre en una colmena, a los pocos días sale a fecundarse fuera durante unos breves vuelos que realiza alrededor de la colmena y en este caso es de suma importancia que al reintegrarse a la colmena, no se equivoque entrando en otra, porque en este caso ella será muerta por las abejas de aquella colmena y la suya quedará huérfana y por consecuencia condenada a morirse en breve plazo.

La distancia mínima que puede señalarse de una colmena a otra es de dos metros, si las colmenas están pareadas y de cuatro si están unas delante de otras. A menor distancia será conveniente que las colmenas tengan algún distintivo, como el color, la forma, el tamaño, etc, para que las abejas sepan bien distinguir la suya propia.

Cortinos en la parroquia de L.larón